En el inexorable discurrir del tiempo de almanaques de pared, en la certeza del pausado despertar de la primavera, invisible todavía, se distingue la cercana senda que nos llevará al aroma de azahar que de puntillas irá llenando nuestros corazones.
Con la Cuaresma recibimos un tiempo litúrgico que aunque pasen los años nos invita a la reflexión para preguntarnos si de veras hemos abierto nuestro ser a Cristo, si nos sentimos verdaderos hijos de la Iglesia o si por el contrario la vemos pasar sin ni siquiera removernos por dentro. Todos tenemos la incierta virtud de renovar constantemente nuestros comportamientos y la Fe sujeta también a nuestras costumbres no se salva de ello, tal como hemos hecho con los orígenes de la Cuaresma. Aún así, debería valernos como método para encontrarnos con Cristo y con nosotros mismos, a través de su Palabra.
No nos quedemos en ver pasar la belleza inmóvil, en actos vacíos de espiritualidad, de compromiso, de verdad. Llenemos nuestras almas de Cristo que pronto vendrá con gloria a reconfortar nuestras vidas con su vida, con su amor, con su Palabra.
La Imágen de Jesús Nazareno te espera en su capilla para que le beses los pies en un gesto de verdad y le implores su misericordia divina durante toda la jornada de este nuevo y distinto Miércoles de ceniza. Su Divina Madre también espera en su camarín intuyendo tus plegarias y después, cuarenta días ....
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