Señor mío Flagelado, cuántas veces hemos hablado, tú y yo....
¡Y cuanto..., me has escuchado siempre!
Siempre he pensado que en frío duelen mas los desaires, que la bofetada que más duele es la primera, la que no podías esperarte, la que de improviso recibes; después suelen encajarse mejor las siguientes. Pero sobre todo pienso, en la amargura de una madre, que presencia lo que más le desconsuela.
Señor, en cada noticia que anuncia desgracia, en cada anuncio de desventura, en cada mirada de despedida, en cada mala noticia inesperada, veo los flagelos; en las viperinas lenguas que sin mesura, se atreven a despellejar al prójimo, a destruir la imagen del vecino, a descarnar las siluetas de los gladiolos que cortábamos para acompañar a María Auxiliadora.
¡Ah..., que recuerdos vienen a mi mente! ¿Qué quedará de aquellos angelillos con cintas destellantes en el pelo, de la inocencia protegida por María, de esas bulliciosas filas de ingenuidad, de esas fotos para la historia, del nerviosismo, de las pruebas, de los preparativos? ¿De mi niñez, qué queda? Solo, el vago recuerdo, efímero como el viento, solo el rumor, que enseguida se deshace, como el puro sentimiento.
Auxilia tú Señor, a los que te piden consuelo, a los que refugio te reclaman, a los que sienten devoción por el amor fraterno, y reconforta a los que sienten que se les va la vida por sus venas y a tantas y tantas criaturas que sufren los latigazos del desconsuelo.
Por cierto, no puedo dejar pasar esta ocasión, sin mencionar a los que me inculcaron, mis sabidas preferencias cofrades. Ahora me vienen a la memoria tantos y tantos nombres, que sería inacabable la lista: Pepe el Jardinero, Jose María, Paco Enrique, Isabelita, Antonio Jesús, Jose María Castro, Rafael, Ignacio, y un etc. muy largo, me enseñaron lo mucho que sabían, que por mi impericia, se ha traducido en lo poco que sé.
Atan tus manos Señor, cuerdas de desconsuelo, atan las nuestras un velo, atan las mías tu amor. Atadas tienes las manos. Nunca me dejes de lado, pues quiero creerme a tu vera. De tu mirada perdida, de tu mirada sangrante, de tu divino semblante, siempre obtendré la sabia, que me empuje hacia delante.
Con tu mirada perdida, con tu cuerpo maltratado, con tu sangre derramada, aliéntame sin medida, Santo Cristo Flagelado. Sabes que mis creencias siempre las confesé. ¿Tengo o no tengo fe, a mis ideas cofrades? No te ofrezco grandes cosas y aún así, sé, que mi corazón, a ti apresado, nunca estará perdido, ¡que siempre estará amparado!
Pregón Semana Santa 2010
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