Los golpes se tornan púrpura, y las aguas hasta se hielan. El silencio está a punto de llegar a nuestros corazones. Todos intuimos el final, pero es el principio, es la inevitable subida al Calvario

Un hombre de planta elegante y de aspecto sereno, porta un madero y camina por Bornos. Es el Señor de la madrugada. El pueblo le acompaña, una multitud acompasada, un río de almas compungidas, le sigue hasta la última levantá.

Esto es lo que te engrandece, lo que te hace único, lo que nos permite pensar que somos hijos tuyos. Y eso lo consigues, tú, Nazareno, Señor de las suplicas, Señor de los ruegos, Señor de las quejas, Señor de esperanza, Señor de tu Bornos.

Desde siempre tus virtudes, por el perdón se me acercan. Por lejanas que parezcan, Señor, de las multitudes, acallas las inquietudes que asaltan mis pensamientos. Son dulces, tus suaves vientos, son dulces tus marejadas, son tan bellas tus miradas, que gozo de sentimientos.

La plata que te acompaña, tú lo sabes Nazareno, la eclipsas con tu moreno y hasta mi vista se empaña y mi ser se desmaraña, cuando estoy en tu terreno.

A quererte, suelto el freno, y hacia el Cielo y a la calma con la que invades mi alma, acudo con desenfreno.

No te olvides alma mía, que de Bornos eres guía, de los presentes la calma, de mi corazón el alma, de tu costalero el cielo, y de tu madre el desvelo. Del guante que te alumbra, y de tanto anónimo alumbrar, ¿quieres a alguien nombrar, o prefieres esperar, a que besemos los vuelos, de tu divino consuelo, cuando nos llegue el final?

Pregón Semana Santa 2010




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Ánfora y Corazón

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