El mes de febrero es el mes de la celebración de los carnavales. Es momento para ponernos una máscara o, quizá, momento para realmente, quitarnos las máscaras que nos hemos ido poniendo a lo largo del año. Somos capaces de actuar y decir todo aquello que realmente pensamos. Decía alguien «A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino que los revelan».
Hay un refrán muy conocido que dice: «No hay carnaval sin cuaresma». Creo que, últimamente, vivimos muy intensamente el carnaval y nos olvidamos totalmente de la cuaresma. Quizá porque seguimos entendiendo la cuaresma como ese período, más bien triste, en el que no se puede comer carne los viernes y nos olvidamos de su verdadero significado: profundizar en el sentido de nuestra vida y prepararnos durante cuarenta días para celebrar la Pascua.
En un artículo que he leído recientemente, se hablaba del carnaval y la cuaresma, y su autor decía que muchas personas viven los días de carnaval siendo lo que realmente son y, luego, viven los cuarenta días de cuaresma fingiendo lo que en realidad no eran. Necesitamos, al menos una vez al año, un Carnaval que nos haga poner en clave de humor muchos sinsentidos de la vida, como cantarles las cuarenta a los poderosos con la libertad que da un buen disfraz y el sentido del humor.
Y necesitamos, al menos una vez al año, una Cuaresma que nos haga profundizar en nuestra forma de vida, que nos haga pensar en las máscaras que nos ponemos. Vivamos la vida sin filtros, sin máscaras. Seamos nosotros mismos, en Carnaval o en Cuaresma.
Ánfora y Corazón
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