Comienzo a sentir que la saliva, me sabe a plata fina repujada, a madera hábilmente torneada, para hacerte caminar, en jóvenes y fuertes corazones, en empuje infinito y solidario, en verdades que se vuelven sentimientos y en Rosarios que se tornan emociones.
Entonces, a la Resurrección marcharemos. Qué gran exactitud, de la Resurrección partiremos y en la Resurrección volveremos a encontrarnos.
Llega por fin la primavera, llegan los ramos y las palmas, miro a la izquierda y te veo en sufrimiento, miro adelante y a tu madre contemplo, clamo al cielo y apareces de nuevo haciendo la luz, que por momentos, se me ha ido, para regresar de seguido, sin ni siquiera un lamento.
Ese día, quien no se sienta niño se engaña, cada año con mis ojos lo percibo, lo siento y lo digo. La impaciencia por coger el mejor ramo, la impaciencia por llegar primero, la impaciencia por tocar el cielo, la impaciencia por mostrar lo que estrenamos, las carreras por la mejor banca.
No caemos en Jesús, ni en sus esperas, ni en su entregar desmedido.
Él es, la Pasión Blanca. Es, ese día triunfante. Es, ese día aclamado. Es la esperanza, de quien sus días llena con sueños imposibles.
Es de esos, que están por todas partes, en cada rincón del planeta, en donde la verdad se transforma en frío, en hambre, en hastío, en donde el día a día, es inaguantable.
Son, esos hijos tuyos, Señor, a los que desde cualquier rincón, desechamos y negamos, no tres veces, sino setenta veces siete.
Nos conviene buscar la caridad como la gota de rocío busca la hierba, como la sal busca la mar, como la luz busca salida, como el barco el puerto, como el ave las semillas; y eso sí sería amar, y sería amar sin medida.
Ánfora y Corazón
(Estracto Pregón 2010)
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