Es el medio día y la primavera entra por el balcón, cuasi furtivamente, hasta el cabecero de la cama. El sonido de los juegos del pequeño le hace tomar conciencia. Llegó el día que tanto lleva esperando, porque consume costal los 365 días del año. Es curioso pero se le hizo tarde comentando, con su mitad, la recogida de la hermandad de ayer y necesitaba descansar.
Mira la hora y se gira. Se ha despabilado antes de lo previsto porque no consiguió dormir la siesta, pero así no andará con las prisas de siempre. Tras la ducha y después de comer algo, se dirige de nuevo a la alcoba donde le espera todo lo necesario. Su cómplice mujer con repetitiva parsimonia lo tiene todo previsto; la camiseta, sus pantalones, sus zapatillas, sus calcetines y lo más importante, la faja y el costal. Siempre recordará cuando se lo puso por primera vez, fue el día más feliz de su vida. Nunca antes había sentido nada parecido al convertirse en todo un costalero. No puede reprimir una sonrisa al conmemorarlo y eso que han pasado ya 15 años.
Llega a la iglesia con su mujer y el pequeño. Lo que le emociona es la ilusión de su hijo que le ha llevado su costal desde casa. Ahora todos están delante de Jesús, su Jesús, su Cristo, al que le agradecen su continua protección y al que en tono familiar, filiar, sin perderle la mirada, espontáneamente le dice su hijo; “¿Has visto a mi papi? Es el mejor costalero y no te preocupes que mientras te cargue, no te pasará nada.”
¡Su crio protegiendo a su Cristo! Qué desparpajo, qué confianza, qué amor. Un nudo en la garganta le embarga y corre autómatamente al abrazo de su retoño. -¿Quieres ser como papi y llevar a tu Cristo?- “Si, de mayor quiero ser como tú”. El embargo le explosiona inundando su vista, acelerándole el pulso y erizando su vello…
Es una historia cualquiera que nos elucida que no todos somos capaces de percibir y entender la importancia de la Semana Santa en la vida de los cofrades, pero historias como esta, repetidas sin duda cada primavera, nos revelan que no es solo una pasión, sino que también es un sentimiento formidable. Porque un sentimiento que nace o se traspasa de padres a hijos es algo indefinible. Los hijos suelen repetir a los padres y eso da mucho nervio para seguir pugnando, contendiendo por la Semana Santa. Los asientos de Dios y su Bendita Madre son los costaleros y sin ellos no sería lo mismo.
“Hermanos de faja y costal” leo por ahí a menudo. Sí, es así, no son simples cargadores. Bien por afición o por devoción, son los encargados de llevar a Jesús y a la Virgen por las calles y entre otras cosas a llevárselos a las gentes de Dios que por un motivo u otro no pueden acercarse a sus camarines o a sus templos.
Muchos los llaman “ángeles de faja y costal”, y no es para nada excesivo, porque ellos son los elegidos por Dios para tan honorable carga, para tan piadosa misión. No soy costalero, pero he tenido el grandísimo honor de portar en mi hombro a Jesús, a las órdenes de un capataz, y andar todos por igual en Estación de Penitencia. Eso te hace reflexionar sobre cómo son y cómo funcionan las cosas de abajo, y opinar al respecto.
... ¡Costalero, siempre de frente con el Señor! ¡Costalero, siempre despacio con el Señor! ¡Costalero, siempre de frente con el Señor! … ¡Siempre adelante Costalero!
Pedro Bueno Jiménez
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