Los niños, como es natural van creciendo, pero siguen aferrados a sus pasiones. ¡Cómo pasa el tiempo! Lo cierto es que lo recuerdo correteando por la Iglesia de la Resurrección, a sus anchas, como un niño que comenzaba a tener contacto con la Cofradía, como ahora su propio hijo, que aunque pequeño, ya anda decidiendo cual es la suya. De casta le viene al galgo.
Tenía buenas maestras en estos menesteres, su abuela Dolores y su tiabuela Josefita, casi na. Ellas lo convirtieron en un proyecto de cofrade por el que a la postre ha ido creciendo, y experimentando lo que esa condición significa, con sus buenos y regulares momentos, con ilusiones y decepciones, en lucha y en calma, eufórico y cansado, pero entregado a su pasión, a la que le inculcaron sus mayores y a la que se entrega, como aquí decimos, sin miramiento.
Este año, ha sido el encargado de mandar a los de abajo del paso del Santísimo Cristo de la Vera+Cruz, que sin duda interpreta como un privilegio, frente a frente, golpe a golpe, solos él y el martillo, acompañados por el sonido del esfuerzo y de unas zapatillas que racheadamente van rezando un Padre Nuestro. Al fondo los Remedios de María Santísima, tras las notas fúnebres de la estela de su Hijo.
Y como es generoso, en alguna que otra levantá, cede el martillo al chaval que lo acompaña contraguiándolo, por aquello de que nadie nace aprendío, aunque él, no pueda recordar cuando aprendió. Hace tanto de aquello, ¡Cómo pasa el tiempo!, y como crecen los niños...
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